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Artivimos, un fenómeno que surgió al calor del 2001 y se afianzó durante la pandemia

(Por Ana Clara Pérez Cotten).- Herederos del estallido de 2001 pero también del movimiento que revitalizó la participación política en la primera década de este siglo, los artivismos cruzan todas las disciplinas y, desde el diálogo entre arte y acción, desafían al canon, proponen caminos colectivos que interpelan a la sociedad y se reinventan en plena pandemia.


Con distintos orígenes, variopintos en sus praxis y en los modelos de asociación y con trayectorias disímiles, las experiencias artísticas desarrolladas por los colectivos que nacieron y crecieron al calor del estallido de diciembre de 2001 apuestan desafiar la definición misma de arte, de ciudadanía y el rol de la corporalidad en el espacio público.


Aunque el mundo y el país cambiaron en las últimas dos décadas, muchas de aquellas consignas gozan de notable actualidad: el despertar a la sociedad ante la voracidad del neoliberalismo, la denuncia de las estructuras patriarcales o un modelo de desarrollo económico a expensas de la explotación de la naturaleza.


El Taller Popular de Serigrafía (TPS), Grupo Etcétera, Serigrafistas queer o Argentina Arde fueron algunos de los cientos de colectivos que transitaron la hibridación entre arte y activismo en medio de aquellos días agitados que marcaron la historia nacional.


En el marco del 20º aniversario de aquella crisis política y social de principio de siglo, los investigadores Lorena Verzero y Ezequiel Lozano compilaron "Memorias de la crisis: el 2001 desde un prisma teatral", un libro que articula una investigación interdisciplinaria del Instituto Germani para dar cuenta de los colectivos artísticos que emergieron entonces.


Con entrevistas a referentes de grupos de danza y teatro comunitario, teatro callejero, Teatro por la Identidad y artistas que armaron sus proyectos en el marco de fábricas recuperadas, el estudio retoma una profusión de voces y experiencias muy rica que indaga en qué medida comenzaron a desplegarse nuevos modos de producción y de creación, en un diálogo crítico con la esfera política. "El libro reúne planos superpuestos, tamices y colores de esas formas estéticas y da cuenta de lazos que se formaron en aquel momento y de cómo llegaron hasta acá. Cambiaron los roles y las formas, pero ese germen, ese antecedente, dejó una marca fuerte en lo que hoy entendemos como arte", reflexiona Verzero en diálogo con Télam y destaca un gesto doble que perdura: poner el cuerpo y juntarse.


Sin embargo, propone una digresión al usar el término "artivismo" porque aglutina conceptualmente una serie de experiencias disímiles y, así, diluye cierta complejidad. "Me gusta darle vueltas al concepto porque desde que se puso de moda a veces pareciera que queda vacío. La práctica artística colectiva que se dio en la crisis impactó en el terreno de lo político e involucró una relación con lo popular. En cambio, cierto artivismo quedó asociado a los movimientos anti globalización de los noventa, muy cercano a la performance, al diseño, a la idea de que el arte tiene que ser atractivo para pegar", reflexiona. Para la investigadora, la cuestión de fondo que interpela a los artivismo es: ¿cómo lograr eficacia política y efectividad estética?


El artista Federico Zukerfeld integra Etcétera, un colectivo que se formó a fines de 1997 y surgió como respuesta a un contexto de corrupción, violencia institucional y políticas neoliberales que apuntaban a la privatización de los servicios y recursos comunes.


"El 2001 marcó profundamente a toda la sociedad y haber formado parte de aquel laboratorio social que surgió a partir de la crisis significó un enorme aprendizaje, lo que nosotros llamamos `pedagogías del hacer´ una forma muy experimental de educación colectiva que se dio en las calles, en asambleas barriales, fábricas recuperadas y manifestaciones de todo tipo" cuenta sobre los orígenes y asume que también los marcó la figura o target extremista post caída de las torres gemelas que los llevó a fundar el Movimiento Internacional Errorista.


"A 20 años, y a pesar de los enormes cambios que hemos vivido como sociedad, hay un montón de problemáticas sociales que continúan igual y otras se han agravado. A través de esas `pedagogías del hacer´ hemos podido seguir con nuestras prácticas colectivas hasta hoy, creando otros modos de hacer cultura desde el arte y el activismo, dando visibilidad a aquello que sigue estando afuera de las agendas hegemónicas", cuenta Zukerfeld.


El integrante de Etcétera ve en el resurgimiento de los colectivos artísticos una forma de respuesta al individualismo y la fragmentación social característica de los noventa. "Fueron formas de expresión colectiva que se focalizaron más en la disolución la idea de autoría individual para potenciar la creación colectiva, la socialización de las prácticas artísticas y la solidaridad con diferentes causas urgentes", analiza y asume que en el mundo del arte siempre ha sido un desafío "dejar de lado el ego para destacar el protagonismo social de las demandas comunes, acompañar y colaborar desde las artes a movimientos sociales, pasar a formar parte de ellos o simplemente sumarse a acciones colectivas por el deseo de activar algo mayor".


Zukerfuld advierte que a pesar de que las continuidades son claras, una de las cosas que cambió en estos veinte años fue el surgimiento de internet y de las redes sociales. "Esto posibilita generar convocatorias a acciones masivas que realizan los nuevos colectivos de arte, como los flashmob. Sin embargo, la idea de participación ha cambiado radicalmente: la sociedad "participa" a través de opiniones en las redes sociales", reflexiona. Y, al mismo tiempo que las redes posibilitan organizar y difundir acciones, hay algoritmos que miden los comportamientos y monetizan el flujo de comunicación en una ingeniería de control social sin precedentes:"Esto sumado a la proliferación de los llamados trolls, haters y el fenómeno de las fake news, ha minado de grietas y tensiones espacio virtual, algo no tan diferente al espacio real, al espacio público y las calles, un escenario preocupante en momentos de crisis global y pandemia".


Para la historiadora del arte, investigadora y curadora Andrea Giunta, la crisis de 2001 involucró intensamente las formas de organización de la cultura "en una escena social, política y económica al borde del abismo". Y si bien reconoce ese año como un hito, sostiene que hay una suerte de tradición nacional activista que está muy interiorizada: "La acción urbana y la relación entre la calle y la política preceden al estallido y son una marca de nuestra identidad. Incluso, esto se sabe en el exterior. Por eso, la lógica asamblearia y catártica del "que se vayan todos" encontró un terreno fértil.


Giunta cree que algo de aquel espíritu asambleario resurgió durante la pandemia cuando la imposibilidad de "poner el cuerpo" se vio afectada por el distanciamiento social y las medidas de cuidado, pero esta vez las redes fueron el lugar de encuentro. ¿Cómo ocupar el espacio público para el arte cuando los cuidados retiraban al cuerpo? Para Verzero, el artivismo en pandemia apuntó a denunciar, a contar las experiencias de los artistas en situación de aislamiento (respecto de su producción pero también de su subsistencia material) y a apuntalar la acción ciudadana con acciones como el Pañuelazo del 24 de marzo de 2020.


Desde Nosotras Proponemos, el colectivo feminista del que participa Giunta, pidieron y consiguieron la renuncia a arteBA de Juan Carlos Lynch, quien había usado su Instagram para destilar misoginia. Meses después, denunciaron al crítico cultural Rodrigo Cañete por multiplicar e insistir con su odio hacia las mujeres, trans y adultos mayores, su racismo y gordofobia. Lejos de desestimar el espacio de la virtualidad, Giunta rescata ese nuevo campo para la acción: "Las redes, aún con todas sus complicaciones, son un nuevo territorio. Cuando hacemos y tomamos posición, lo virtual también tiene un efecto", concluye.

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